viernes, 3 de julio de 2009

Mostrar la Hilacha

Una aproximación cristiana de cultura de paz a la responsabilidad civil

En medio de la atroz persecución que los cristianos acometieron contra los judíos sefaradíes y los musulmanes en el periodo de los Reyes Católicos, muchos Judíos se vieron obligados a convertirse al cristianismo para salvar sus vidas. Muchos de ellos, fieles a sus tradiciones, escondían sus vestimentas que podrían delatarlos. En particular las hilachas de sus preceptos que colgaban de sus camisas. En ciertas ocasiones estas se les salían de su pantalón y el asomo de ellas los delataba mostrando su verdadera identidad y engaño a la religión oficial o el status quo. De ahí el dicho hasta ahora de “mostrar la hilacha”
Hemos mostrado la hilacha o no queremos que otros la muestren. Una vez más sacamos mala nota en nuestra madurez civil. Lo que merecía un aplauso en el camino de hacer de nuestro país una sociedad respetuosamente plural, se ha transformado nuevamente en el desastroso intento de solicitar a los legisladores que hagan leyes que tapicen de modo legal el camino de la evangelización. De tal modo, que se imponga una moral de máximos y de cuño estrictamente cristiano por ley a todos los ciudadanos de este país. So pretensión de pensar que los valores que proclama el cristianismo son de derecho exclusivo de su interpretación moral
Nuevamente la imagen de Constantino, el Emperador de Roma que crea el imperio Bizantino, se nos viene como un mal ejemplo no aprendido ni asumido por la religión cristiana. Antes de su estratégica decisión de oficializar el cristianismo como religión del imperio se vivía en una sociedad plural, donde coexistía de modo creativo, no exento de riesgo y lleno de vida, el cristianismo militante que observaba la enseñanza de Jesús como un asunto testimonial desde la vida personal y colectiva de la comunidad de fe que prendió en el Gólgota y la tumba vacía. Se entendía, en ese entonces, la evangelización como una persuasión amorosa a partir de propio testimonio de vida de los seguidores del Nazareno. No existía entre ellos la intención de hacer del reino o el imperio de su tiempo la fotocopia del Reino de Dios. Una vez oficializado, la palabra conversión a la fe pasó a ser conveniencia, la persuasión desapareció y pasó a ser obligatoriedad. El infierno tuvo sus mejores imágenes en los desastres y horrores que el imperio arremetió contra aquellos pueblos que eran evangelizados por la vía del sometimiento armado al Imperio y su religión oficial.
Jesús, si pudiésemos entrevistarlo respecto de aquello que más le indigna nos respondería con una sola palabra: la exclusión. O, dicho de otro modo, la obligatoriedad por imposición externa, dígase leyes, de la verdad que su persona traía consigo. Frente a los religiosos de su época, quienes lo criticaban por juntarse, comer y participar de la vida de personas marginalizadas por su condición social, religiosa, étnica y moral, expone una de sus más hermosas parábolas, la mal llamada parábola de hijo prodigo. Vale la pena advertir que esta es la tercera y conclusiva parábola después de dos anteriores relacionadas con su fuerte y tajante respuesta a la murmuración contra su actitud de mezclarse con gente de segunda categoría según la moral de la religión mayoritaria.
Primero los compara con pastores que cuidan rebaños. ¡Que comparación!. Por favor, dirían ellos, presos de sus enclaves excluyentes, compáranos con otra cosa pero no con el personaje y su oficio más bajo dentro de la escala y status social de la época. Seria comparable hoy a la diferencia entre un ejecutivo gerencial y el junior ascensorista. Definitivamente no les gustó la comparación. Los preparaba para la comparación final que haría de ellos con la actitud del hermano mayor del hijo prodigo. Pero antes otro golpe a sus estructuras rígidas, otra parábola, esta vez una mujer pobre y su sensatez de buscar la moneda que había perdido. Otro golpe más a su status y prejuicios, esta vez sexistas.
Los religiosos de su época en su actitud excluyente fueron claramente reprendidos por Jesús. Es decir, con su mirada de la realidad donde solo existían sus iguales conformados desde su moral particular con pretensiones de universalización dominante fueron desestructurados por la mirada inclusiva de Jesús, quien se paraba desde el amor y no desde las leyes. Ellos, los religiosos dominantes de su época, eran miembros de la familia del Padre pero no aceptaban que se incluyera al otro, a un hermano, miembro de la misma familia, en el ceno de la comunión fraternal, cualquiera haya sido su condición previa. Como nos muestra la conducta del hermano mayor en la parábola.
De este modo podríamos advertir muchos otros pasajes de la actitud ejemplar de Jesús frente a los otros, distintos y diversos. Valga recordar aquella respuesta de Jesús para el bronce de la inclusividad. Ante el asombro de sus seguidores al advertir que había algunos, que sin seguirle a El estaban haciendo obras semejantes a sus enseñanzas, Jesús los acepta como quienes, sin ser sus seguidores hacen lo que él está proponiendo. “Si no es en contra de mi conmigo es”
Por tanto, una ley antidiscriminación vela por que los espacios públicos se conviertan en encuentros de respeto sobre la base de una moral mínima. Es decir, donde los valores universales se conjugan desde todas las opciones religiosas, no religiosas o condiciones sexuales. La ley que se está elaborando afianzó en su última expresión la centralidad del acto por sobre los dichos discriminadores. En otras palabras, podemos disentir verbalmente, persuadir desde nuestras respectivas cosmovisiones pero no acometer un acto discriminatorio que atente contra la dignidad y derechos de las personas. Una ley que nos ayudaría a hacer del Evangelio un camino de tolerancia y amor tal como lo esperaría la persona central de la fe cristiana. Donde la persuasión se ejerce desde la riqueza del testimonio de vida y el amor y no sobre la base de una imposición legal.
El Estado no está en función de legislar a partir de una determinada y particular moral. El Estado es plural y debe velar por el respeto a esa pluralidad. Bien decía Anna Harendt que el legislador debe suspender su moral. En otras palabras el parlamento no es el intérprete de lo que anhela por ley la moral mayoritaria. Si no canaliza, incluso los males desbordados dándole un cauce de control y regularización, como por ejemplo en la problemática del aborto.
De igual modo, acontecerá con la ley que legisla las uniones de hecho. ¿Por qué he de obligar a las parejas en el proceso de legislar su unión la imposición por ley de una expresión de familia de cuño y moral cristiana? ¿No es acaso mi camino persuasivo y amoroso a partir del propio testimonio?. SI se legisla en términos que aquellas uniones de hecho tengan un marco legal que protege el compromiso y los miembros de la familia que surge de esa unión, ¿por qué demandarles que acepten el código moral cristiano por ley? ¿Si comparativamente hablando tiene el mismo marco de compromiso y legalidad?
Al introducirnos en la participación civil como evangélicos una vez más hemos mostrado la hilacha o nos oponemos a quienes reprimiéndoles, las oculten. AL parecer no nos acercamos por el interés del bien común en el respeto de una sociedad plural, sino bajo en estricto interés de velar por lo que creemos se imponga por ley y no por el camino evangélico de la persuasión respetuosa y el testimonio de vida. Y Hay del que muestre la hilacha, a la cárcel con él.
Si algunos de los enlistados en la ley antidiscriminación, que han sido objeto de vejámenes por su condición, nos parecen contrarios a nuestras creencias y moral eso no justifica el rechazo de la ley. Más bien, nuestra postura a favor de ella da testimonio de un valor más cristiano que la lucha legal por nuestros intereses, el valor y respeto de todo ser humana como imagen de Dios. Creyentes o no creyentes, mujer o hombre, discapacitado o capacitado; heterosexuales u homosexuales.
Los mártires Sefaradíes sin querer y por razones de sobrevivencia, mostraban la hilacha. En nuestro caso, lamentable y contrariamente al origen discriminatorio del refrán, mostramos la hilacha constantiniana, el solapado interés por imponer el Reino de Dios por ley. Líbrenos Dios de ese infierno y libre a los no creyentes de que no se asomen sus hilachas.

Una aporte de los amigos de "CERCAPAZ".