sábado, 17 de octubre de 2009
Un milagro por fi...
Meditaciones.
Si ya sé, hay un don de milagro, Dios es el mismo hoy ayer, Benny Him hace milagros, Jehová todo lo puede dicen, yo conocí gente que fue sanada, el pentecostalismo se “especializa” en milagros etc. Los evangélicos valoran extremadamente los milagros, sea para legitimar el evangelio como para testificar de su fe, léase milagro: un acto fuera de las leyes físicas que rigen el mundo, el milagro del amor, del reencuentro, la reconciliación, de mantenerse vivo y con esperanza son mirados en blanco y negro, la sanación fuera de las leyes físicas es el milagro a color.
Hace poco días me encontré con un desfile de los profesores de Valparaíso, clamaban por una larga deuda de muchos años cuando municipalizaron los colegios y les adeudan la indemnización correspondiente, esa noble profesión tan desvalorizada por una sociedad mercantil, llevaban carteles de un educador setentón, canoso, con una corbata en el tono, esperando justicia por sus años trabajados y en derecho a ser recompensados, (¿cuándo será el día que los profesores se les reconozca como a los médicos en su salario?), ellos necesitan un milagro.
Me viene a la memoria en el último terremoto en Asia con cientos de muertos que todavía buscan entre los escombros, cuantos esfuerzos perdidos, cuanto dolor que explota con todos sus matices dramáticos, niños huérfanos, padres huérfanos de sus hijos, justo se ubicaron en una falla sísmica, que de a pocos los sacude con violencia, ellos necesitan un milagro.
Recuerdo a los dirigentes cristianos en su mayoría tan mal pagados, sacrificando la educación de sus hijos, con una mala calidad de vida, muchos pasan sus "vacaciones" como pastores en los campamentos de veranos, hacinados en “cabañas”, sus hijos miran con rabia los beneficios de otro, veo con tristeza las iglesias cristianas estranguladas/ oprimidas por la religiosidad de los religiosos, que las hacen feas y chocantes, ellos si necesitan un milagro.
Me acuerdo de tantos que sufrieron en la Biblia, Jeremías tuvo un ministerio de cuarenta años sembrando entre espinos, Hebreos 11 dice literalmente de ellos:“.mas otros fueron atormentados, experimentaron vituperios, azotes, cárceles, apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada, desplazados sin hogar permanente, vestidos como mendigos” (RV60), en las persecuciones horribles de la historia como la de Decio s.III, a los cristianos, ellos si necesitaban un milagro.
Los niños que se mueren, los centros oncológicos, en todas las lágrimas de las Utis del mundo donde se lucha por la vida, en los cementerios y sus despedidas, todo el sudor del obrero aplastado por las jefaturas omnipotentes, los sueldos de hambre y horarios esclavizantes del ritail, de la avaricia infinita de los dueños de estas cadenas y transnacionales, ellos si necesitan un milagro.
Pienso en la educación chilena, tan a la chilena, en los niños pobres que entraran al colegio con trescientas palabras en su lenguaje, y niños abc1 conoce tres mil palabras, es como si un niño cargara con una mochila de piedras y el otro con su equipo completo para la carrera sin peso extra, en el acceso a la salud que falta tanto todavía, en el ordenamiento urbano/habitacional de la ciudades segregadas, ellos si necesitan un milagro.
Pienso en Margarita (nombre ficticio para proteger su identidad, la historia es real, existe en un lugar de Chile), una mujer de oro que combate la pobreza día a día junto a sus cuatro hijos, con un marido en la drogas, una familia disfuncional como se dice hoy, cada cierto tiempo su ex, le hace visitas violentas a la casa, sus hijos deben correr a un hogar para protegerlas, la ley le prohíbe las visitas, la policía poco puede hacer, ella debe quedar casi muerta de una paliza que le propine el marido para hacer algo por ella y liberarla de ese monstruo, ella si necesita un milagro.
Recuerdo a los que fueron traicionados, muertos, balaceados, humillados denigrados, exiliados, los que amaron sin respuesta, los que fueron abandonados, expulsados, borrados del mapa, calumniados, difamados, atacados, golpeados a mansalva, los que fueron desgastados lentamente hasta quebrarlos con la frialdad de un psicópata, los árboles caídos que de sus entrañas hicieron leña para calentar en algo sus miserables vidas, los que viven odiosamente, llenos de venganza, los que buscan las faltas de otros para cubrirse las suyas, ellos si necesitan un milagro.
Pienso en las cifras dramáticas del mundo: millones en la miseria, miles mueren de hambre diariamente, países en guerra donde mueren sin razón, en esa vida que ya no es vida, en los cientos de miles que sufren en el mundo cargando parientes dependientes niños dependientes, los que deben a llevar a otros, las madres latinoamericanas que luchan por sus hijos tostadas/partidas por el sol, ellos si necesitan un milagro.
Los que dicen tener el don de milagros/sanidad, podrían pasar por los hospitales donde hay tanto dolor, reunirlos en un estadio y sanarlos de una, o en una cadena nacional de radio y TV, y terminemos con el sufrimiento ya, tanto alztheimer, tanto sida. En el plan de Valparaíso se instaló una carpa con un sanador cuyo lema es “milagros reales”, podrían ir a la plaza Echaurren a sanar tantos alcohólicos que tristemente muestran el horrible efecto del alcohol, que arrastra soledad, abandono, indignidad, visitar los Pankis avinagrados y sin futuro, que no cesan de pedirme una moneda, pero ya sé lo que dirán los carperos del “milagro” cuando no funciona: debe tener fe la persona, o no era la voluntad de Dios, quedamos igual, el sistema sigue funcionando y nadie sale afectado, hasta la próxima cruzada.
Quien soy yo para que Dios haga un milagro, un bicho entre seis mil millones de personas, un pobre ciego y desnudo, me parece tan soberbio, altanero, pretencioso, vanidoso, reclamar promesas como dicen algunos predicadores presumidos, prefiero inclinarme ante al Señor todopoderoso, en silencio, sin reclamar nada, esperar en El, en santa paciencia reverente, espero en Dios y su amor que no deja de sorprenderme en las cosas simples de la vida.
José Hernán.