Meditaciones.
El miércoles 17 llegué tarde en la noche, venía de un culto fúnebre en una “Iglesia Pentecostal del Triunfo” en Quilicura; el hijo de un viejo conocido había muerto de una embolia. Fueron segundos que tardó en dejar de vivir; tenía 32 años, lleno de vida y de música, era un tecladista espléndido. Su polola dijo que se sentía mareado y por eso se recostó en un sillón para no levantarse más. En un instante cerró sus ojos para siempre… Lo dejé de ver cuando tenía como doce años, lo recuerdo de personalidad armoniosa, actitud humilde, un niño normal.
Mientras viajaba de regreso del culto en un transantiago casi vacío como a las 12:30 de la madrugada, las luces de neón avisaban, coloreaban, pestañeaban en mil figuras y entonces pensaba en la fragilidad de la vida. Meditaba en las imágenes tanto bíblicas como las de la cultura y como se encuentran en este punto. Violeta Parra lo dice elocuentemente: “Tan frágil como un segundo”. Conforme pasan los años y se va dejando la “soberbia” de los años mozos, es inevitable esta conclusión; los apóstoles también se dieron cuenta de esta condición humana de fragilidad: “un vapor que se disipa por la tarde”, “una flor que pronto se marchita”. Por doquier veo cuerpos inclinados que un día fueron atléticos, Mohamed Alí que fuera un boxeador extraordinario hoy no para de temblar con su Parkinson furioso.
En el culto fúnebre me encontré con varios conocidos desde hace unos 25 años atrás; ellos fueron los primeros que reconocieron en mí un don para ocuparme de dirigir la iglesia de Cristo. Todos teníamos marcado el paso de los años: abuelas, hijos, nietos; niños que dejé de ver transformados en hombres, abrazos sinceros y varios ¡Gusto de verlo!. Aunque traté de pasar “piola” al final igual me presentaron como pastor en ejercicio para hacer la oración del cierre. Obediente, pasé a orar como se me había pedido a pesar del ceño fruncido de un religioso profesional que estaba en lugares de privilegio del estrado, profesor en un seminario donde enseñan a redimir a la gente…
¡Que fácilmente se pasa de la alegría a la tristeza!, ¡De la vida a la muerte!. Cuesta salir de las penas de la vida. Se pegan al corazón como una enredadera, la línea entre fe e incredulidad, esperanza y desesperanza, amor e indiferencia es más delgada de lo que se piensa. Los amores de los hijos se pueden tornar ingratos, egoístas y utilitarios; los amores de pareja no dejan de ser “música ligera” aunque parezcan invencibles dice “Soda Stereo”. Basta que se den ciertas condiciones para que todo lo que parecía sólido se haga “polvo en el viento”; una carrera brillante, “sicosiarse”. Tenía un vecino que era la estrella del barrio: buen deportista e inteligente, abogado que se casó con la más linda de la comarca. Hace poco supe que estaba mal del “mate”, le vienen cada cierto tiempo estados de locura, la “depre” merodea sin pausa y no respeta a nadie.
Con mi hermano (de fe cristiana) que lloraba la muerte de su hijo, nos prometimos visitarnos para contarnos qué había sido de nosotros en todos estos años. Me dijo que me quería mucho, que nunca había olvidado mis enseñanzas y me manifestó estar muy agradecido por visitarlo y acompañarlo en ese día tan difícil para él. Me sentí sorprendido por eso, incluso detalles olvidados él los guardaba.
Fui a la casa del dolor y salí consolado, fui a la casa del llanto y me alegré con sus abrazos ¡Vaya! volví a casa esa noche en silencio armonioso, después de saludar a mis hijos Andrés y Daniel y alegrarme por el triunfo de la selección y el triste adiós de Bielsa, puse mi cabeza en la almohada y me dormí con una sensación emocionante que Dios andaba dando vueltas por ahí con especial ternura para mi también… Hasta que sonó el despertador a las 6:20 hrs…
José Hernán.
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