viernes, 20 de mayo de 2011
Imágenes de mi niñez.
Meditaciones.
De la mano de mi hermana Ester fuimos a buscar ceniza donde un vecino, (aun vivíamos en el campo), para hacer mote cuando nos sorprendió el terremoto del 60, la tierra se movía como cuando alguien sacude una alfombra, yo creí afirmar un poste de la casa mientras este se movía según decía mi hermana.
De la mano de mi hermana Nancy, a visitar a mi padre en su escuela de campo por el fin de semana, yo aferrado a su pantalón llorando en la despedida y el bajaba en la soledad de la montaña con sus perros a su escuela, todo por educarnos.
Con mi hermano mayor pescando salmones en el estero vecino a la escuela de mi padre, cazando gallaretas (parecidas a las tórtolas), con onda de elástico en las quilas, mientras los perros las sacaban con ladridos, claro mi hermano daba casi siempre en el blanco.
Corriendo por una falda de un cerro me encontré de sopetón con una cantidad de frutillas silvestres sembradas por el viento, se las disputábamos a los zorros, perfumadas por la madre naturaleza, manjar de los dioses.
Sentado cuidando ovejas en una tarde tornasolada viendo como las margaritas se mecían al viento, si, mi primer silabario del amor, ¿se acuerdan?: “me quiere mucho poquito y nada…
Comiendo cerezas del árbol hasta el hartazgo en una parcela que tenía mi padre, cerezas palomas, claras y oscuras, arriba del árbol sin restricción ninguna, hasta que los cuescos se convertían en proyectiles para mis hermanas y hermano.
Galopando (en la yegua llamada: la negra), con mi hermano llegando a la casa en un atardecer y no vimos los cordeles de colgar ropa y el suelo fue nuestro destino, no se si éramos de goma pero no nos pasó nada.
Corriendo cincuenta metros con mi padre, el me decía, que cuando le gane el ya sería viejo y yo un niño ya grande, me abrazaba contra su pecho y me decía: mi esperanza, mi consuelo, mi futuro, (¡como me han acompañado esas palabras!).
Refaladas a patas en las heladas de abril con los niños de la escuela, esos piececitos de niño azulosos de frío y café por el barro, varios venían descalzos a la escuela, otros con chalas de goma de neumático de auto hechas por sus padres y los menos dos o tres con zapatos.
Banquetes de la estación: mutillas le decíamos, digueñes, pinatras, maqui, chupones espinosos, copihues verdes, mora, frutilla silvestre, avellanas, nalcas, gargales, quillay, yuyo.
Los viajes con mi madre después que nos cambiamos a la ciudad a visitar a mi padre en su escuela de campo, kilómetros a caballo y después el tren, con una lluvia que inundaba todo en la cordillera de la costa a la altura de Temuco, valiente y tierna (recuerdo siempre estar en su regazo), mi madre, sola con un niño en la montaña con unos barriales, en caminos que mas perecían senderos.
Contemplando un avellano maduro, simétrico de intenso verde, con avellanas rojas en maduración, tan distinguido es el avellano, no pierde su nobleza ni convertido en mueble.
José Hernán.