jueves, 11 de marzo de 2010
MI PUEBLO...
Mi pueblo arde en las plazas públicas y las veredas, aterido por la
inclemencia telúrica que cayó como una maldición en medio de la noche del 27
de febrero.
Mi pueblo es noble y sencillo. Como todos los pueblos del mundo.
Sus madres persiguen el alimento para sus hijos. Así la noche agazapada
huele a calor y hace invisible los terrores infantiles.
Es cierto, mi pueblo no está organizado como el ángulo matemático de las
estructuras. Pero paulatinamente se despereza de tantos años de gorilas,
primero, y luego de los administradores del egoísmo y la competencia bruta y
la concentración de la riqueza.
En medio de mi pueblo hay delincuentes, gente sin salida que busca el dinero
perverso con el deseo secreto de ser rica un día -en el sentido de acumular
muchas más mercancías que las precisas para vivir decorosamente y también
ser famoso y dominar a otros-. Pero mi pueblo, los millones que trabajan sin
contrato por un salario que alcanza apenas para endeudarse, son la mayoría.
Mi pueblo no es sinverguenza, ni ladrón, ni asesino. Y los que delinquen son
una fracción fabricada por la miseria y la ignorancia. Los medios de
comunicación de masas en Chile, especialmente la televisión, están bajo
control absoluto de la minoría privilegiada que manda en la economía, en la
política y que es dueña del Estado. Por eso mi pueblo siempre aparece en las
pantallas como víctima sin vuelta o victimario, y los poderosos como gente
de bien. Y la televisión -la recreación más barata que tiene mi pueblo- es
el modo de domesticar, construir temor ambiental y opinión pública siempre
favorable a la visión de las cosas que tienen los que poseen todo. Al
respecto, la iglesia oficial y la educación formal no se quedan atrás.
En Chile los militares son la guardia armada de los intereses del capital y
de la propiedad privada. Por eso en la hora de la desgracia y el terremoto,
la oficialidad y la tropa ordenada por la oficialidad, es destacada para
custodiar los supermercados y no para ponerse al servicio de los dolores de
mi pueblo. Siempre resulta una paradoja extraña que la tropa, que es tan
pueblo como el que más, se ponga del lado de la minoría.
Chile no es un país desarrollado. El terremoto devastó también el avisaje
publicitario edificado por los poderes para el turismo financiero y el
inversionismo transnacional. Chile sólo es exportador de cobre, un poco de
madera, pescado, uvas y plataforma de negocios para la región. Es despojado
de sus recursos naturales por fuerza y decreto. En Chile ni siquiera queda
industria textil. El 60 % de los trabajadores vende algo para vivir y está
subcontratado o simplemente no tiene contrato, ni seguridad social. El 80 %
se atiende en el espanto de los hospitales públicos -cuyos trabajadores son
mártires-, y educa a sus hijos, pagando lo que no tiene, a una enseñanza
particular privada pobremente subvencionada por el Estado, la cual sólo
repite hasta el hartazgo, las distancias de clase. Porque Chile es una
sociedad de clases, y una de las más desiguales del planeta.
Pero mi pueblo también apura su armadura cuando las crisis económicas y
naturales le golpean el pecho. Entonces se solidariza, se encuentra en la
calle, se reconoce de a poco otra vez, se esperanza, se conduele y de tanto
buscarse, comienza a espejearse en el otro como un igual.
Mi pueblo tiembla de ternura cuando está en apuros y entonces sus trozos
empiezan a reunirse. Mi pueblo es noble y sencillo. Como todos los pueblos
del mundo. Y aunque la televisión ensucie su pantalla con saqueos editados
convenientemente para los intereses de los pocos, e incluso, aunque una
fracción de mi pueblo habite la puerta mugrosa e individual de la
delincuencia, hoy estuve en la calle con gente que acampa en las
calles de Santiago viejo, viendo a cantores populares y aplaudimos un documental
proyectado contra una pared sobre unas mujeres colombianas y pobres que se
autoorganizan ejemplarmente en ese territorio tan vasto y dolido.
Cuando usted observe o tenga noticias de mi pueblo no olvide, y es un pedido
colectivo, que ha sido muy magullado por asuntos bien conocidos, pero que
está hecho de materiales sensibles, amorosamente desordenados, igual que el
pueblo suyo.
Marzo 3 de 2010
Anónimo...
Me llegó por ahí, vale leerlo sin anteojeras ideológicas...