miércoles, 1 de octubre de 2008

El Reino.

Imagino que entro en una profunda y oscura cueva en la que estoy totalmente solo...
Me siento en un rincón...
a meditar acerca de la vida.

Hoy decido ver la vida en su imperfección,
en su inutilidad y en su desolación

Me imagino una flores que crecen
al borde de un camino...
y veo las semillas que nunca llegaron a florecer...
los tiernos renuevos que sólo brotaron para ser pisoteados por la gente, devorados por el ganado,
abrasados por el calor del sol...
Son miles las que deben perecer
en cada fase del crecimiento
para que una sola flor prospere...

Veo trillones de óvulos...
de fetos aniquilados...
de niños nacidos para morir...
por cada ser humano que sobrevive.

Veo los baldíos esfuerzos de millones de seres
que aspiran a ser actores, escritores, estadistas,
santos... y que acaban fracasando...
para que sólo unos pocos lo consigan.

Yo mismo he llegado adonde estoy ahora
a base de innumerables horas de aburrimiento...
de conversaciones inútiles...
de pasatiempos...
de estéril enfermedad...
o de sufrimientos que he sido lo bastante loco
como para causarme a mí mismo...
A base de malgastar energías
en hacer planes improductivos...
proyectos malogrados...
propósitos inútiles...

Contemplo la miríada de oportunidades
que he desperdiciado...
los talentos que no he aprovechado...
los retos que no me he atrevido a enfrentar...
las promesas que nunca fueron
y, peor aún, que nunca serán cumplidas...

Y contemplo todo esto no con tristeza
ni con sentido de culpa,
sino con paciente comprensión,
porque deseo amar la vida tanto en su fracaso
como en su éxito.

Y recuerdo la parábola que el Señor nos ofreció
como símbolo del Reino:
Sale el sembrador a sembrar;
parte de la semilla cae en terreno rocoso;
otra parte entre cardos y espinos;
otro cae en el camino, donde es pisoteada
o comida por las aves;
Unas semillas producen ciento, o quizás menos... tal vez sólo treinta o sesenta...

Y amo todo ese campo por entero:
Amo el suelo pedregoso
y el suelo fértil...
el camino
y los cardos y espinos...
porque todo ello es parte de la vida.
Amo la semilla excepcionalmente fructífera...
y la semilla que produce un fruto normal...
Y hoy amo especialmente
la semilla que es sembrada
únicamente para perecer...
de modo que antes de que caiga en el olvido
se vea bendecida y redimida por mi amor.

Por último, miro al Salvador en la cruz,
que con su cuerpo destrozado y su fracasada misión simboliza el drama de la vida en general
y de la mía en particular...
También a él le amo y, mientras lo estrecho contra mi corazón, comprendo que en algún lugar, de algún modo, todo tiene un sentido, todo es redimido y hermoseado y resucitado...


Anthony de Mello